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Una decisión de futuro

 

Me llamo Juanjo. Vivo en el barrio de San José, en Zaragoza. Es un barrio grande, con muchas estatuas y plazuelas donde mis chicos pequeños juegan al salir del cole. También tiene muchos edificios que se han quedado inacabados. Yo antes trabajaba en la construcción de uno de esos. Bueno, en más de uno. Iba por la mañana a la obra y me encargaba de tomar muestras del cemento, del hormigón, del suelo… Luego las analizaban y, éstas tenían que cumplir unos requisitos para que la obra pudiera seguir adelante. Vamos, que yo era quien daba el visto bueno a los materiales antes de que mis compañeros se pusieran manos a la obra, valga la redundancia. Ahora ni obras, ni na de na.

 

Mi mujer, la pobre, se ha quedado también desempleada por un traspaso de la fábrica en la que trabajaba. Me insiste todos los días en que salga a buscar trabajo, que mire a ver si alguno de los jefes que he tenido me puede dar algo de faena, aunque sea una chapuza de poca monta. Y yo le digo que “eso no va a así Vicky”, que no es tan fácil a pesar de que los tenga de amigos en el Facebook, que ahora están todos arruinados o desaparecidos. Pero ella erre que erre… Está muy preocupada.

 

Por las mañanas, para despejar un poco la mente y no pensar en que al mes que viene se me acaba el paro, me voy a dar una vuelta por la ciudad. Antes iba a echar un café en el bar del chino que está calle abajo. Ahí te juntabas con los del barrio, que están igual de jodidos que tú y con ellos podías desahogarte un poco compartiendo batallitas de tiempos mejores. Pero ahora, ni trabajo ni cafés… Mis hijos están por delante del carajillo.

 

Voy por la plaza Reina Sofía, sin rumbo fijo. El semáforo está en verde. Puede que cruce a la otra acera… ¡No puede ser! Es Carlos, Carlitos para los amigos, un antiguo compañero de armas. Se ha quitado la barba y está más barrigudo que antes, pero nos hemos reconocido al instante. Me dice que su hija mayor sigue estudiando la carrera, que le va bien y, que su pequeño ya está en la ESO y que quiere ser veterinario. Me alegro mucho de tener noticias de él… Cómo no, me dice que la cosa está muy mal para él y su familia y que ha decidido irse fuera del país. La semana que viene se va a Polonia. Lo había meditado y pensaba que era la mejor solución para todos. Además, con su edad no sabía cuántas oportunidades tendría de seguir trabajando en la construcción. No se lo había contado a su familia; no se atrevía a decirles que se iría seis años fuera de casa.

 

Me quedo mudo. Maldigo esta mierda de situación que está obligando a separar a un padre de su mujer y sus hijos y ahí terminamos la conversación.

Entonces me puse a pensar en mi futuro. Últimamente, todo lo que oigo por las calles son malas noticias: que si hasta dentro de unos años el sector de la construcción no levantará cabeza, que si fulanito ya no volverá a enganchar a sus años, que la cosa no mejorará hasta dentro de dos años… Y mi mujer y yo sin trabajar.

 

Cuando empecé de jovencillo, pensaba que con en esta profesión podría tener una estabilidad económica, para mantener a mis futuros hijos, para llegar a fin de mes sin la ayuda de los padres, para comprarme el coche que salía por la televisión… Se necesitaba gente en la obra y, yo tenía salud, fuerza y un título que me permitía conducir maquinaria pesada. Ahora con la explosión de la burbuja, nos sobran albañiles por todos los lados.

 

Quiero que mis hijos lleguen a algo, que estudien y que no malvivan como sus padres, que tienen que hacer malabarismos para poder pagar el piso, la luz y el gas. ¿Cómo lo hago? ¿Cómo salgo adelante? La vida está cada vez más cara y, en unos años, ni la educación, ni los hospitales serán gratis para nadie. Un obrero como yo, se puede morir de hambre tirado en una cuneta, que ni saldría en las noticias… Mi familia está perdida como no encuentre nada.

 

¿Me marcho yo también a Polonia? Todavía no estoy muy lejos de Carlitos, puedo gritarle, le pido ayuda y seguro que él me echaría una mano, aunque fuera por los viejos tiempos. No sé hablar nada de polaco y está muy lejos ese país, pero ahí hay trabajo y, eso es lo importante. Son seis años… No voy a ver cómo crecen mis niños, no voy a despertar abrazado a mi mujer y tampoco podré consolarla cuando el mundo le apuñale por la espalda... ¿Mis hijos me recordarán? ¿Voy a dejar sola a mi mujer? Pero… Al fin y al cabo, es lo que ella quería, ¿un trabajo, no? Además, ahora con las nuevas tecnologías será como si no me hubiese ido… Y, si gano un sueldo, podré permitirme tomar el carajillo de la mañana, aunque sea en un bar polaco, lleno de desconocidos que piensen que soy el obrero español que ha ido allí a construir sus edificios.

 

Está parado en el cruce que antes he dejado atrás. Tengo algo de tiempo hasta que el semáforo cambie a verde. Carlitos siempre ha sido muy respetuoso con el tráfico… ¡No me ha dado su número! Tengo que decidir algo ya. Mi futuro está esperando en el paso de cebra. Es ahora o nunca.

 

Juajo al lado de su familia en Navidades.

Foto del 15M en la Plaza del Pilar, donde acamparon los cuatro juntos.

Con su amigo "Carlitos" en la cafetería Shutters, en San José.

Manuela Ramos

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